Dicen que el tiempo pasa muy rápido para quienes disfrutan y muy lento para quienes sufren, pero para los que aman, el tiempo es eternidad. No es fácil entender esta cuestión. Para un ser humano, la pregunta sobre la eternidad deja muchas inquietudes. El tiempo se nos presenta muchas veces como algo que dejamos perder o como algo que camina en nuestra contra.
Estas tensiones en nuestra percepción del tiempo tienen que ver con dos preocupaciones fundamentales: la preocupación por el pasado y la preocupación por el futuro. Ambas tienen algo en común: se obsesionan por algo que no existe, es decir, por el tiempo pasado y el tiempo futuro. También contienen otra característica común: dejan a Dios de lado y, por eso, el ser humano no logra ver la eternidad del tiempo.
El tiempo de Dios y el tiempo humano
Somos seres históricos, llenos de tiempo. Nacimos para el tiempo, pero también con el tiempo contado. Nos construyen los días que vivimos y que se acumulan. Sentimos que estamos hechos de tiempo porque lo vemos como una amenaza a nuestros planes. Si bien es comprensible que esto pasara en tiempos antiguos, en los que la esperanza de vida era muy corta, hoy día resulta paradójico. Si vivimos dos veces más que antes, ¿por qué seguimos sintiendo el tiempo encima?
La verdad es que Dios nos ha traído al tiempo de la historia para participar de los dones de la eternidad, aunque parezca contradictorio. Para relacionarnos con Dios y con la eternidad necesitamos disponer de tiempo. Al igual que una relación humana que requiere de tiempo para desarrollarse y consolidarse, la relación con Dios también, porque aunque sea una persona divina, Dios también es “persona”.
Lo que Dios quiere de nosotros
El sistema en el que vivimos nos han robado lo más importante: el tiempo, y con ello, el goce de la vida y, finalmente, la relación con Dios. Vivimos contra el tiempo porque no nos dejan darnos cuenta de que el tiempo es nuestro aliado, pues en él se registran nuestras relaciones edificantes, especialmente con Dios.
Dios quiere que vivamos el tiempo no como amenaza, sino como eternidad. No quiere que vivamos para contar los días sino para hacerlos plenos. Dios nos ha llamado a la alegría, y esta alegría solo puede ser alcanzada poniendo en sincronía el tiempo de Dios con el tiempo personal.
Consejos finales
Pongamos el practica el tiempo de Dios y para Dios. También tomemos un espacio para nosotros. Recuperemos la unidad perdida que solo la consciencia y el disfrute del tiempo permiten. Es hora de hacer un alto en el camino, en la carrera constante, y dejar que Dios tenga su tiempo para hablarnos.
Hagan con nosotros esta oración que está en el vídeo: