La violencia de género es un mal instalado en gran parte de las sociedades del mundo, tanto occidentales como orientales. Este terrible flagelo lo comparten muchas culturas, y los saldos son groseramente lamentables.
En el mundo oriental, particularmente en Afganistán, el problema recrudece, debido a que las leyes protegen a los hombres que cometen semejantes fechorías, y su machismo puede llegar a tal extremo que las víctimas de la violencia pueden ser las que reciban cárcel en lugar de sus victimarios, como es el caso de las mujeres violadas.
En este contexto nació Aisha Mohammadzai, una mujer afgana, nacida musulmana, y que ha tenido una vida terrible en sus años de juventud.
Para empezar, la madre de Aisha murió cuando ella apenas era una niña. A los 12 años de edad, su padre estaba terriblemente afligido por las deudas, de manera que decidió comprometer a su hija en matrimonio a cambio de dinero para cancelar los “compromisos” económicos.
La suerte de Aisha estaba ya marcada. A partir de ese momento, Aisha sufría toda clase de vejaciones y humillaciones, golpes, castigos y violación por parte de su “marido”. Cansada de lo que vivía, Aisha, que aún era muy joven, decidió huir de la casa, sin imaginar que lo peor estaba por comenzar.
Aisha fue encontrada muy pronto, y su marido decidió propinarle un castigo ejemplarizante. Así, la amarró a un árbol, y con la ayuda de sus crueles amigotes, le arrancó la nariz y las orejas.
El desangramiento fue tal que Aisha se desmayó, pero no fue retirada de allí, sino que la dejaron en el árbol. A toda la comunidad le pareció que su marido había obrado muy bien, pues ella “se lo había buscado”.
Al recuperar la consciencia, Aisha logró soltarse y, como pudo, volvió a huir. Una mujer, llena de misericordia, la encontró. En secreto, la entregó a un campo de refugiados norteamericano que había en el lugar.
Aisha fue trasladada a Estados Unidos, y allí recibió toda la ayuda médica posible para reconstruir su rostro, además de recibir toda la atención mediática que un caso así merecía. Incluso, ella llegó a ser portada de la revista Time. También fue entregada a una familia de acogida que, hoy por hoy, la cuida.
Reconstruir su rostro no fue fácil. Tuvieron que injertarle una bolsa bajo la piel de la cabeza, de manera que al llenarse de líquido, propiciará el crecimiento de la piel en la zona, para extraer de allí el tejido para la reconstrucción.
No sé si se puede decir que es un final feliz, pero ciertamente la historia de Aisha es una historia de salvación. Pero muchas mujeres siguen sufriendo hoy por los abusos físicos y psicológicos que se cometen contra ellas. Particularmente en el mundo oriental, esta es una realidad muy latente, como consecuencia de las leyes vigentes en esos países donde consideran que la mujer solo tiene “1/4 de cerebro en comparación al hombre que lo tiene completo”.
Es hora de abrir los ojos ante esta realidad. Entérese en el siguiente vídeo de cómo viven las mujeres en los países dominados por esta cultura:
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