Pedir disculpas es una actitud educada y esto se aprende desde la primera infancia. Por eso, muchas personas consideran que disculparse por todo es una forma de mostrar humildad y respeto. Pero hay límites. Disculparse innecesariamente muestra inseguridad y baja autoestima, como si siempre estuvieras pensando que estás molestando a los demás.
No te disculpes todo el tiempo
Como ya dice la palabra, la disculpa es asumir la culpa, es decir, solo se debe decir cuando cometes un error y quieras revertir esa situación mostrando arrepentimiento y asumiendo que cometiste un error.
Pero mucha gente usa esta palabra con tanta frecuencia que acaba perdiendo su valor real. Quien se disculpa demasiado, nunca se disculpa realmente, porque trivializa o banaliza esa intención.
La imagen y la autoestima se ven afectadas
La persona que se disculpa por cualquier cosa es vista por los demás como una persona frágil, sumisa, insegura y con baja autoestima. Muchas veces este es el caso.
Quienes tienen la costumbre de disculparse en exceso tienden a pensar que siempre están en un camino, en el cual no hay lugar para ellos. Por eso, la persona se coloca en un círculo vicioso de desconfianza y se reduce cada vez más delante de los demás.
Además, claro está, para permitir que otros la menosprecian, devalúan su imagen y presencia, sobre todo cuando estos otros son personas con exceso de confianza y falta de empatía, es decir, el otro extremo.
¿Cómo saber si exageras en las disculpas?
Reflexiona sobre tu comportamiento diario con las personas que le rodean y formúlate las siguientes preguntas:
- ¿La gente me ignora cuando me disculpo?
- ¿Me disculpo por las acciones de otra persona?
- ¿Me disculpo por cosas que no creo que estén mal?
- ¿Me disculpo por cosas sobre las que no tengo control?
- ¿Me disculpo cada vez que pido algo?
- ¿Sé por qué pido disculpas?
Mudando de hábito
Si has llegado a la conclusión de que te estás disculpándote demasiado, innecesariamente, es hora de cambiar ese hábito y ver la transformación que sucederá en la forma en que te ves a ti mismo y en cómo te tratan las demás personas.
Puedes comenzar el cambio pensando en los momentos en los que generalmente te disculpas y entrenando en el uso de otras palabras en el lugar, por ejemplo:
- Cambia “Perdón por interrumpir” por “Con permiso, me gustaría hablar/preguntar/advertir”
- Cambia “Perdón por quejarme” por “Gracias por escucharme”.
En situaciones en las que ninguno de los dos cometió un error, como cuando alguien se choca contra ti, no es necesario que te disculpes, porque la otra persona es la que debe disculpar contigo. Lo máximo que puedes hacer es preguntarle si está bien, si se hizo daño.
Cuando algo sale mal, pero no está bajo tu control, no necesitas disculparte. Por ejemplo, si viste que un objeto se iba a caer al suelo y trataste de evitarlo, pero no pudiste, no fue tu culpa, no te pidas perdón por nada. La gente no te encontrará arrogante por eso.
Cuando vas a pedirle algo a alguien, no tienes motivos para disculparte. Solo pide por favor y ya está.
Deja las excusas para los momentos realmente necesarios, como cuando cometes un error sobre algo que estaba bajo tu control o responsabilidad y terminas perjudicando a alguien por ello.